Por Roberto ESCAMILLA PÉREZ.
“War is over! (If you want it)”. John Lennon.
A lo largo de su existencia, dos han sido las ocasiones en las que la humanidad ha estado en auténtico peligro de desaparecer: durante los años de la llamada Guerra Fría (1945-1991), por el peligro de desatarse una guerra nuclear, y hoy, cuando, aún sin descartarse este riesgo, nos enfrentamos a la enorme contaminación de todo tipo de la que está siendo objeto nuestro planeta y al acelerado cambio climático que esto ha traído consigo.
Por ello, millones de personas en el mundo, miles de organizaciones de todo tipo, políticos, científicos, intelectuales, deportistas, artistas, cantantes, estrellas de cine, etc., cada uno desde su punto de vista, en la esfera de su actividad, se han pronunciado por ponerle un alto a esta desbocada e irracional contaminación y así detener sus catastróficos efectos que ya empezamos a resentir.
Sin embargo, el problema es determinar el origen, la causa real, del fenómeno de la contaminación del planeta, y qué, quién o quiénes son los responsables de la misma, y a partir de esto incidir, atacar el fenómeno desde su origen, y revertir, así, sus letales y catastróficos efectos sobre la Tierra, que afectan a todos y cada uno de los que la habitamos.
¿Qué es lo que está en riesgo?
De acuerdo a datos científicos, la Tierra, nuestro planeta, nació hace aproximadamente 4 mil 500 millones de años, y tras una lenta y complicada transformación se crearon las condiciones para que en ella surgiera la vida hace 2 mil 500 millones de años, es decir, 2 mil millones de años después de que la Tierra se formara.
Sin embargo, tuvieron que pasar casi otros 2 mil millones de años para que el hombre surgiera, lo que ocurrió hace aproximadamente 1.64 millones de años, transformándose ya en Homo sapiens hace cerca de 200 mil años.
Desde ahí, el hombre, la humanidad, evolucionó a lo que hoy somos: cerca de 6 mil 500 millones de seres humanos, organizados en aproximadamente 244 países, con un promedio de vida mundial que va desde los 49 años en África hasta los 78 en América del Norte, con asombrosos avances científicos y tecnológicos, pero sobre todo con unas enormes ganas de continuar viviendo. Esto es lo que se encuentra en riesgo, es decir: todo.
¿Cómo llegamos a esta situación?
También de acuerdo a los científicos, existen principalmente tres factores que han modificado o pueden modificar nuestro entorno: el convertir bosques en campos, la Revolución Industrial y la guerra nuclear.
Asimismo, señalan que los gases causantes del efecto invernadero y de la aceleración del cambio climático son el bióxido de carbono (CO2), metano (CH4) y óxido nitroso (N2O), generados principalmente por la utilización de combustibles fósiles, como el carbón, petróleo y gas natural, y sus derivados, además de tres gases industriales fluorados: hidrofluorocarbonos (HFC), perfluorocarbonos (PFC) y hexafluoruro de azufre (SF6).
Curiosamente, todas estas causas nos remiten a la época moderna, por lo que no podemos achacarle responsabilidad o culpa alguna al comunismo primitivo, al esclavismo de los romanos o egipcios, o a los regímenes feudales europeos de la Edad Media, con sus reyes o monarcas.
Estos fenómenos son, pues, característicos del régimen capitalista en el que hoy vive la inmensa mayoría de la humanidad y que predomina en la mayor parte del planeta.
La economía capitalista.
Sin duda entonces, lo que nos ha conducido hasta esta crítica situación es la economía capitalista, una economía que carece por completo de planificación y cuyo objetivo es el lucro, la ganancia, y no el ser humano.
Una economía en la que, además, se fomenta el consumismo desmedido y el individualismo más acendrado, todo lo cual pervierte los valores y principios humanos más elevados, como la solidaridad, la fraternidad, la honestidad y el respeto a toda manifestación de vida en el planeta, incluyendo la del hombre mismo.
El caos.
La falta de planificación económica trae consigo el crecimiento desmedido y caótico de las ciudades, con sus problemas de contaminación del aire, suelo, subsuelo y agua, destrucción de áreas verdes, hacinamiento e insalubridad, problemas enormes de transporte, todo lo cual provoca un alto consumo de combustibles fósiles que generan algunos de los gases aceleradores del cambio climático.
Además, se produce lo superfluo, aunque contamine, y no lo que realmente la gente requiere, las mercancías se echan a perder porque no hay quien pueda comprarlas o las cosechas se pudren en el campo porque no tienen buen precio, aunque millones de niños sufran desnutrición y mueran debido a padecimientos relacionados con esta.
Hay ropa y zapatos en los aparadores, pero millones de seres humanos viven casi desnudos y descalzos en el campo y en las ciudades. Estos son sólo algunos de los efectos de la no planificación económica en un sistema como en el que vivimos.
El lucro y la ganancia, por encima del hombre.
Asimismo, en el capitalismo se produce para obtener ganancias, para lucrar, y no para satisfacer las necesidades de las personas, y sin tomar en cuenta los daños que se le puedan causar a la naturaleza.
Así, es más barato para los grandes monopolios, para la gran industria, fabricar todo con materiales desechables, plásticos principalmente, porque esto les permite tener más utilidades, más ganancias, sin importarles los años que le lleve a la naturaleza degradarlos, contaminando con millones de desechos, ríos, mares, lagos, campos, selvas, bosques, el subsuelo, el aire y el agua.
La gran industria tampoco se preocupa por instalar plantas tratadoras de las aguas que utilizan y prefieren verterlas, con todos sus agentes contaminantes y venenosos, a los ríos y mares, o, por lo mucho, en huecos hechos en la tierra que no cumplen con norma alguna, así como tampoco instalan filtros anticontaminantes en sus chimeneas, y todo porque hacerlo disminuiría sus utilidades.
Claro, si no hacen esto, mucho menos están dispuestos a modificar procesos industriales completos o a dejar de elaborar ciertos productos que implican verter en la atmósfera enormes cantidades de gases de efecto invernadero como los ya señalados.
La actitud de los Estados Unidos de Norteamérica, el país capitalista más poderoso del mundo, corrobora claramente que lo que aquí señalamos es verdad. Sírvanos para demostrarlo sólo dos ejemplos: la bomba atómica y el Protocolo de Kyoto.
La bomba atómica y las pruebas nucleares.
El gobierno de los Estados Unidos, el imperialismo norteamericano, ha sido el único en el mundo en ordenar la utilización de la bomba atómica contra seres humanos indefensos, contra civiles, en las ciudades japonesas de Hiroshima (6 de agosto de 1945) y en Nagasaki (9 de agosto de 1945), matando instantáneamente a casi 200 mil personas y dejando a 100 mil heridas, pero cuyos efectos se recienten hasta la actualidad, tanto en los habitantes de dichas ciudades como en el medio ambiente.
La actitud belicista (claro, la guerra también es un negocio) y anticomunista de los Estados Unidos dio origen a la Guerra Fría (1945-1991) y a la llamada “Crisis de los Misiles” en 1962, debida a su intolerancia hacia el régimen socialista de Cuba, crisis que estuvo a punto de desencadenar la tercera guerra mundial, pero con armas atómicas, lo que hubiera significado el fin de la humanidad.
Pero aún más, el gobierno norteamericano, que pretende la exclusividad de la energía atómica, ha continuado con su programa de pruebas nucleares, habiendo hecho hasta hoy aproximadamente mil 054 de ellas, pero siendo cerca de mil 309 las realizadas por las potencias capitalistas en su conjunto (Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña).
El Protocolo de Kyoto.
Por otro lado, el Protocolo de Kyoto es un documento sobre el cambio climático acordado en 1997 en Japón y que entró en vigor el 16 de febrero del 2005. Tiene por objetivo disminuir la emisión de gases de efecto invernadero y, con ello, detener el cambio climático que es generado por la actividad humana.
El gobierno de los Estados Unidos lo firmó, pero ni Clinton ni Bush lo ratificaron, por lo que nunca ha participado. Es decir: el gobierno norteamericano se ha negado absolutamente a obligar a sus industrias a que reduzcan la emisión de gases de efecto invernadero, por lo que continúan contaminando como si nada pasara. Pero eso sí, sus ganancias están a salvo.
El resto de países capitalistas desarrollados han aceptado participar pero a regañadientes y siempre regateando las “cuotas” y compromisos que tienen que cumplir, que, por cierto, son mínimos.
Pero aún así hasta con dichas “cuotas” hacen negocio, pues si contaminan “menos” que lo que había sido su compromiso, llegan a vender a otros países el “derecho a contaminar” que ellos no ejercieron. ¡Así se las gastan los amos del mundo!
¿Todos somos responsables?
Sin duda, todos somos responsables de la contaminación del planeta y de la aceleración del cambio climático, pero no como dicen los demagogos: que todos lo somos en el mismo grado, en la misma medida. Esto es mentira.
No es la misma responsabilidad la que tiene cualquier hijo de vecino, que la de Bill Gates, dueño de Microsoft; o la de un habitante del mundo cualquiera, a la de George Bush, presidente de los Estados Unidos de Norteamérica; o la de Juan Pérez, que la que tiene Carlos Slim, dueño de Teléfonos de México (Telmex); no es el mismo grado de responsabilidad el que tiene un humilde trabajador de cualquier empresa trasnacional, a la enorme responsabilidad de su propietario.
Es cierto, no debemos tirar basura en la calle, ni verter a los ríos o mares nuestros desperdicios o el agua con la que nos bañamos o lavamos los trastes y la ropa, y debemos educar a nuestros hijos para que tampoco lo hagan, pero de esto a que los gobiernos y demagogos quieran hacer a todos, al pueblo, a los trabajadores, a los sencillos ciudadanos del mundo, los responsables del cambio climático y de sus trágicos efectos, hay una enorme diferencia.
Por una economía al servicio del hombre.
De esta manera: o acabamos con la economía de mercado o ella va a acabar con todos nosotros; o hacemos desaparecer del planeta la economía que tiene como finalidad el lucro y la ganancia por sobre todas las cosas, o ésta acabará por hacer desaparecer a la humanidad de la faz de la Tierra. Y el tiempo se nos acaba rápidamente.
Es cierto, todas las luchas son válidas, valiosas, necesarias y hay que continuar en ellas. Es valioso pelear por preservar una especie animal o vegetal en peligro de extinción, o proteger los bosques, las selvas, manglares, lagunas, ríos, las reservas ecológicas, tortugas, delfines, focas, ballenas, mariposas, etc., pero junto con esto debemos salvarnos a nosotros mismos, a la humanidad.
Para ello es necesario señalar a los verdaderos y auténticos responsables de esta situación: al gobierno de los Estados Unidos y de las demás potencias industriales, a las trasnacionales, a la gran industria contaminante.
En cada uno de nuestros países debemos pugnar por una industria, por una economía, que, llámese como se llame, tenga por principal objetivo servir al hombre y cuidar a la naturaleza, y no el afán de lucro y ganancia. De lograrlo, ese sería nuestro mayor aporte a la preservación de la humanidad y de la vida en el planeta.
No esperemos a que Calderón, Bush, Bill Gates, Carlos Slim o cualquiera de los de la Lista de Forbes, reflexionen o hagan algo realmente efectivo al respecto, pues no lo harán, y si con motivo del cambio climático desaparece La Florida, las Penínsulas de Yucatán y de Baja California, la Ciudad de México o Río de Janeiro, Tailandia, Hawái o las Islas Fiji, ellos llevarán sus capitales a los lugares aún secos y menos contaminados, y así hasta que no quede uno solo en la faz de la Tierra.
El POEMA.
NO TE DETENGAS
(Fragmento)
No dejes que termine el día sin haber crecido un poco,
sin haber sido feliz, sin haber aumentado tus sueños.
No te dejes vencer por el desaliento.
No permitas que nadie te quite el derecho a expresarte,
que es casi un deber.
No abandones las ansias de hacer de tu vida algo extraordinario.
No dejes de creer que las palabras y las poesías
sí pueden cambiar el mundo.
Walt Whitman
Feliz Navidad y próspero año nuevo.
Correo electrónico: a_babor@hotmail.com
“War is over! (If you want it)”. John Lennon.
A lo largo de su existencia, dos han sido las ocasiones en las que la humanidad ha estado en auténtico peligro de desaparecer: durante los años de la llamada Guerra Fría (1945-1991), por el peligro de desatarse una guerra nuclear, y hoy, cuando, aún sin descartarse este riesgo, nos enfrentamos a la enorme contaminación de todo tipo de la que está siendo objeto nuestro planeta y al acelerado cambio climático que esto ha traído consigo.
Por ello, millones de personas en el mundo, miles de organizaciones de todo tipo, políticos, científicos, intelectuales, deportistas, artistas, cantantes, estrellas de cine, etc., cada uno desde su punto de vista, en la esfera de su actividad, se han pronunciado por ponerle un alto a esta desbocada e irracional contaminación y así detener sus catastróficos efectos que ya empezamos a resentir.
Sin embargo, el problema es determinar el origen, la causa real, del fenómeno de la contaminación del planeta, y qué, quién o quiénes son los responsables de la misma, y a partir de esto incidir, atacar el fenómeno desde su origen, y revertir, así, sus letales y catastróficos efectos sobre la Tierra, que afectan a todos y cada uno de los que la habitamos.
¿Qué es lo que está en riesgo?
De acuerdo a datos científicos, la Tierra, nuestro planeta, nació hace aproximadamente 4 mil 500 millones de años, y tras una lenta y complicada transformación se crearon las condiciones para que en ella surgiera la vida hace 2 mil 500 millones de años, es decir, 2 mil millones de años después de que la Tierra se formara.
Sin embargo, tuvieron que pasar casi otros 2 mil millones de años para que el hombre surgiera, lo que ocurrió hace aproximadamente 1.64 millones de años, transformándose ya en Homo sapiens hace cerca de 200 mil años.
Desde ahí, el hombre, la humanidad, evolucionó a lo que hoy somos: cerca de 6 mil 500 millones de seres humanos, organizados en aproximadamente 244 países, con un promedio de vida mundial que va desde los 49 años en África hasta los 78 en América del Norte, con asombrosos avances científicos y tecnológicos, pero sobre todo con unas enormes ganas de continuar viviendo. Esto es lo que se encuentra en riesgo, es decir: todo.
¿Cómo llegamos a esta situación?
También de acuerdo a los científicos, existen principalmente tres factores que han modificado o pueden modificar nuestro entorno: el convertir bosques en campos, la Revolución Industrial y la guerra nuclear.
Asimismo, señalan que los gases causantes del efecto invernadero y de la aceleración del cambio climático son el bióxido de carbono (CO2), metano (CH4) y óxido nitroso (N2O), generados principalmente por la utilización de combustibles fósiles, como el carbón, petróleo y gas natural, y sus derivados, además de tres gases industriales fluorados: hidrofluorocarbonos (HFC), perfluorocarbonos (PFC) y hexafluoruro de azufre (SF6).
Curiosamente, todas estas causas nos remiten a la época moderna, por lo que no podemos achacarle responsabilidad o culpa alguna al comunismo primitivo, al esclavismo de los romanos o egipcios, o a los regímenes feudales europeos de la Edad Media, con sus reyes o monarcas.
Estos fenómenos son, pues, característicos del régimen capitalista en el que hoy vive la inmensa mayoría de la humanidad y que predomina en la mayor parte del planeta.
La economía capitalista.
Sin duda entonces, lo que nos ha conducido hasta esta crítica situación es la economía capitalista, una economía que carece por completo de planificación y cuyo objetivo es el lucro, la ganancia, y no el ser humano.
Una economía en la que, además, se fomenta el consumismo desmedido y el individualismo más acendrado, todo lo cual pervierte los valores y principios humanos más elevados, como la solidaridad, la fraternidad, la honestidad y el respeto a toda manifestación de vida en el planeta, incluyendo la del hombre mismo.
El caos.
La falta de planificación económica trae consigo el crecimiento desmedido y caótico de las ciudades, con sus problemas de contaminación del aire, suelo, subsuelo y agua, destrucción de áreas verdes, hacinamiento e insalubridad, problemas enormes de transporte, todo lo cual provoca un alto consumo de combustibles fósiles que generan algunos de los gases aceleradores del cambio climático.
Además, se produce lo superfluo, aunque contamine, y no lo que realmente la gente requiere, las mercancías se echan a perder porque no hay quien pueda comprarlas o las cosechas se pudren en el campo porque no tienen buen precio, aunque millones de niños sufran desnutrición y mueran debido a padecimientos relacionados con esta.
Hay ropa y zapatos en los aparadores, pero millones de seres humanos viven casi desnudos y descalzos en el campo y en las ciudades. Estos son sólo algunos de los efectos de la no planificación económica en un sistema como en el que vivimos.
El lucro y la ganancia, por encima del hombre.
Asimismo, en el capitalismo se produce para obtener ganancias, para lucrar, y no para satisfacer las necesidades de las personas, y sin tomar en cuenta los daños que se le puedan causar a la naturaleza.
Así, es más barato para los grandes monopolios, para la gran industria, fabricar todo con materiales desechables, plásticos principalmente, porque esto les permite tener más utilidades, más ganancias, sin importarles los años que le lleve a la naturaleza degradarlos, contaminando con millones de desechos, ríos, mares, lagos, campos, selvas, bosques, el subsuelo, el aire y el agua.
La gran industria tampoco se preocupa por instalar plantas tratadoras de las aguas que utilizan y prefieren verterlas, con todos sus agentes contaminantes y venenosos, a los ríos y mares, o, por lo mucho, en huecos hechos en la tierra que no cumplen con norma alguna, así como tampoco instalan filtros anticontaminantes en sus chimeneas, y todo porque hacerlo disminuiría sus utilidades.
Claro, si no hacen esto, mucho menos están dispuestos a modificar procesos industriales completos o a dejar de elaborar ciertos productos que implican verter en la atmósfera enormes cantidades de gases de efecto invernadero como los ya señalados.
La actitud de los Estados Unidos de Norteamérica, el país capitalista más poderoso del mundo, corrobora claramente que lo que aquí señalamos es verdad. Sírvanos para demostrarlo sólo dos ejemplos: la bomba atómica y el Protocolo de Kyoto.
La bomba atómica y las pruebas nucleares.
El gobierno de los Estados Unidos, el imperialismo norteamericano, ha sido el único en el mundo en ordenar la utilización de la bomba atómica contra seres humanos indefensos, contra civiles, en las ciudades japonesas de Hiroshima (6 de agosto de 1945) y en Nagasaki (9 de agosto de 1945), matando instantáneamente a casi 200 mil personas y dejando a 100 mil heridas, pero cuyos efectos se recienten hasta la actualidad, tanto en los habitantes de dichas ciudades como en el medio ambiente.
La actitud belicista (claro, la guerra también es un negocio) y anticomunista de los Estados Unidos dio origen a la Guerra Fría (1945-1991) y a la llamada “Crisis de los Misiles” en 1962, debida a su intolerancia hacia el régimen socialista de Cuba, crisis que estuvo a punto de desencadenar la tercera guerra mundial, pero con armas atómicas, lo que hubiera significado el fin de la humanidad.
Pero aún más, el gobierno norteamericano, que pretende la exclusividad de la energía atómica, ha continuado con su programa de pruebas nucleares, habiendo hecho hasta hoy aproximadamente mil 054 de ellas, pero siendo cerca de mil 309 las realizadas por las potencias capitalistas en su conjunto (Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña).
El Protocolo de Kyoto.
Por otro lado, el Protocolo de Kyoto es un documento sobre el cambio climático acordado en 1997 en Japón y que entró en vigor el 16 de febrero del 2005. Tiene por objetivo disminuir la emisión de gases de efecto invernadero y, con ello, detener el cambio climático que es generado por la actividad humana.
El gobierno de los Estados Unidos lo firmó, pero ni Clinton ni Bush lo ratificaron, por lo que nunca ha participado. Es decir: el gobierno norteamericano se ha negado absolutamente a obligar a sus industrias a que reduzcan la emisión de gases de efecto invernadero, por lo que continúan contaminando como si nada pasara. Pero eso sí, sus ganancias están a salvo.
El resto de países capitalistas desarrollados han aceptado participar pero a regañadientes y siempre regateando las “cuotas” y compromisos que tienen que cumplir, que, por cierto, son mínimos.
Pero aún así hasta con dichas “cuotas” hacen negocio, pues si contaminan “menos” que lo que había sido su compromiso, llegan a vender a otros países el “derecho a contaminar” que ellos no ejercieron. ¡Así se las gastan los amos del mundo!
¿Todos somos responsables?
Sin duda, todos somos responsables de la contaminación del planeta y de la aceleración del cambio climático, pero no como dicen los demagogos: que todos lo somos en el mismo grado, en la misma medida. Esto es mentira.
No es la misma responsabilidad la que tiene cualquier hijo de vecino, que la de Bill Gates, dueño de Microsoft; o la de un habitante del mundo cualquiera, a la de George Bush, presidente de los Estados Unidos de Norteamérica; o la de Juan Pérez, que la que tiene Carlos Slim, dueño de Teléfonos de México (Telmex); no es el mismo grado de responsabilidad el que tiene un humilde trabajador de cualquier empresa trasnacional, a la enorme responsabilidad de su propietario.
Es cierto, no debemos tirar basura en la calle, ni verter a los ríos o mares nuestros desperdicios o el agua con la que nos bañamos o lavamos los trastes y la ropa, y debemos educar a nuestros hijos para que tampoco lo hagan, pero de esto a que los gobiernos y demagogos quieran hacer a todos, al pueblo, a los trabajadores, a los sencillos ciudadanos del mundo, los responsables del cambio climático y de sus trágicos efectos, hay una enorme diferencia.
Por una economía al servicio del hombre.
De esta manera: o acabamos con la economía de mercado o ella va a acabar con todos nosotros; o hacemos desaparecer del planeta la economía que tiene como finalidad el lucro y la ganancia por sobre todas las cosas, o ésta acabará por hacer desaparecer a la humanidad de la faz de la Tierra. Y el tiempo se nos acaba rápidamente.
Es cierto, todas las luchas son válidas, valiosas, necesarias y hay que continuar en ellas. Es valioso pelear por preservar una especie animal o vegetal en peligro de extinción, o proteger los bosques, las selvas, manglares, lagunas, ríos, las reservas ecológicas, tortugas, delfines, focas, ballenas, mariposas, etc., pero junto con esto debemos salvarnos a nosotros mismos, a la humanidad.
Para ello es necesario señalar a los verdaderos y auténticos responsables de esta situación: al gobierno de los Estados Unidos y de las demás potencias industriales, a las trasnacionales, a la gran industria contaminante.
En cada uno de nuestros países debemos pugnar por una industria, por una economía, que, llámese como se llame, tenga por principal objetivo servir al hombre y cuidar a la naturaleza, y no el afán de lucro y ganancia. De lograrlo, ese sería nuestro mayor aporte a la preservación de la humanidad y de la vida en el planeta.
No esperemos a que Calderón, Bush, Bill Gates, Carlos Slim o cualquiera de los de la Lista de Forbes, reflexionen o hagan algo realmente efectivo al respecto, pues no lo harán, y si con motivo del cambio climático desaparece La Florida, las Penínsulas de Yucatán y de Baja California, la Ciudad de México o Río de Janeiro, Tailandia, Hawái o las Islas Fiji, ellos llevarán sus capitales a los lugares aún secos y menos contaminados, y así hasta que no quede uno solo en la faz de la Tierra.
El POEMA.
NO TE DETENGAS
(Fragmento)
No dejes que termine el día sin haber crecido un poco,
sin haber sido feliz, sin haber aumentado tus sueños.
No te dejes vencer por el desaliento.
No permitas que nadie te quite el derecho a expresarte,
que es casi un deber.
No abandones las ansias de hacer de tu vida algo extraordinario.
No dejes de creer que las palabras y las poesías
sí pueden cambiar el mundo.
Walt Whitman
Feliz Navidad y próspero año nuevo.
Correo electrónico: a_babor@hotmail.com
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Hola papá.
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