Por
Roberto Escamilla Pérez.
Existen
dos formas de celebrar el aniversario de la Revolución Mexicana iniciada el 20
de noviembre de 1910: una, como algo muerto y sin relación con nuestro presente,
como lo hacen el Gobierno y sus partidos, el PRI y el PAN, y quienes
prostituyen la política convirtiéndola en un lucrativo negocio.
La
otra manera de celebrarla es considerando a la Revolución Mexicana como un
proceso vivo, vigente e inconcluso, y que, por tanto, debe ser defendido e
impulsado por las presentes y futuras generaciones de mexicanos hasta su
conclusión, hasta que logre los objetivos que se propuso: la independencia
económica y política plena de la Nación, la elevación constante del nivel de
vida del pueblo y la construcción de un régimen verdaderamente democrático.
Sus
características esenciales
La
mexicana fue una revolución antifeudal, democrático-burguesa, popular y
antimperialista. Antifeudal porque destruyó el régimen feudal-terrateniente
representado por la dictadura de Porfirio Díaz; democrático-burguesa porque fue
dirigida por la burguesía mexicana naciente, entonces revolucionaria, y
permitió el desarrollo del modo de producción capitalista en nuestro país, con
características propias.
Sin
embargo, también fue una revolución popular debido a la participación en ella
del pueblo mexicano, es decir, de los campesinos e indígenas, de la naciente
clase trabajadora, y de sus líderes e ideólogos, lo que se reflejó en la
Constitución de 1917, principalmente en los artículos 3º, 27, 28, 123 y 130
constitucionales, y en los beneficios que trajo a dichos sectores y clases de
la sociedad.
Por
último, la Revolución Mexicana fue antimperialista como resultado lógico de la
reacción del pueblo mexicano a la explotación, saqueo y robo de nuestro
territorio, recursos naturales y mano de obra por parte de potencias
extranjeras, a lo que dijo “nunca más” en los artículos 27 y 28
constitucionales, que constituyen el sustento ideológico y jurídico de nuestra
integridad territorial y soberanía nacional, así como del desarrollo
independiente de México.
A
pesar de quienes lo niegan, la mexicana fue una verdadera Revolución porque
logró que nuestro país diera el salto del feudalismo terrateniente con rasgos
de esclavismo, al capitalismo, aunque con sus características particulares, y
esto es lo que distingue a las verdaderas revoluciones de las que no lo son: la
transformación radical del modo de producción de una sociedad.
Sus objetivos,
inconclusos pero vigentes
La
Revolución Mexicana iniciada en 1910 tuvo tres objetivos fundamentales: el
logro de la independencia económica y política plena de la Nación, la elevación
constante del nivel de vida del pueblo y la ampliación del régimen democrático.
Como
se ve claramente, hoy estamos más lejos de lograrlos que hace 30 años, porque
los gobiernos neoliberales, desde el de Miguel de la Madrid hasta el actual de
Peña Nieto, han traicionado a la Revolución Mexicana y pasado por encima de la
Constitución de la República con el propósito de entregar nuestras riquezas
naturales a las potencias extranjeras, principalmente al imperialismo
norteamericano, así como para hacer de México una inagotable fuente de mano de
obra barata para las empresas trasnacionales.
Sin
embargo, las metas que se propuso nuestra revolución están plenamente vigentes,
en primer lugar porque, como ya dijimos, no las hemos alcanzado, y además porque
son para esta etapa histórica del desarrollo de la Nación, y sólo después de
agotar todo su potencial para el impulso de nuestras fuerzas productivas, podremos
pasar a otras fases de evolución más avanzadas, como la construcción de una
sociedad sin clases sociales, donde desaparecerá la explotación del hombre por
el hombre.
Petróleo y
Revolución
La
experiencia histórica de los pueblos del mundo y la de los propios mexicanos,
desde la lucha por nuestra independencia respecto a España hasta llegar a la Revolución,
nos ha enseñado que un país y un pueblo que no posee directamente sus riquezas
y recursos naturales de su territorio, y no los maneja para su propio beneficio,
está condenado a no ser dueño de su propio destino, a vivir en la pobreza, en
la ignorancia y en la dependencia respecto a los países más poderosos y
desarrollados.
Pero
dentro de estos recursos naturales hoy destaca la importancia de uno de ellos:
el petróleo, porque sin él sería inconcebible la sociedad como actualmente la
conocemos, lo mismo que los avances científicos y tecnológicos. Todo lo que se
mueve y se fabrica requiere, de manera directa o indirecta, del petróleo, por
esto su explotación es, además de fácil, un enorme y lucrativo negocio, debido
a lo cual es codiciado por los monopolios trasnacionales y el imperialismo
norteamericano.
El
petróleo y la Revolución Mexicana están íntimamente ligados: sin el primero es
inconcebible la segunda, al menos no con la profundidad con la que inició y se
desarrolló hasta los años ochenta del siglo pasado.
El
18 de marzo de 1938, el presidente Lázaro Cárdenas, apoyado por la clase
trabajadora dirigida por el maestro Vicente Lombardo Toledano, expropió las
empresas petroleras que se encontraban en manos de monopolios norteamericanos e
ingleses, e inició su nacionalización, que implica poner la industria petrolera
al servicio del pueblo y de la Nación.
Al
calor y a la sombra de Petróleos Mexicanos (PEMEX), y de miles de empresas del
Estado creadas en base a los artículos 27 y 28 constitucionales, se desarrolló
la industria nacional en manos de particulares, es decir, la hoy llamada
“iniciativa privada”, el pueblo mejoró notablemente su nivel de vida, y creció
el prestigio y respeto de México en el mundo gracias a una política exterior
progresista, independiente y soberana, basada en los principios
constitucionales de no intervención en los asuntos internos de los países y en
la solución pacífica de los conflictos internacionales.
Hoy,
lo que floreció a la sombra de la Revolución Mexicana, del sector estatal de la
economía, se está perdiendo aceleradamente: desaparece la pequeña y mediana
industria nacional, el pueblo empobrece, la democracia retrocede, crece nuestra
dependencia económica y la política exterior del gobierno está cada vez más
supeditada a los intereses del imperialismo norteamericano.
Sin petróleo no
hay evolución, ni Revolución
Todo
organismo vivo, social o biológico, desde la célula y la familia, hasta el ser
humano y un país, necesita de elementos fundamentales para sobrevivir: las
células requieren de oxígeno y nutrientes; la familia de ingresos, un hogar y
ciertos bienes materiales, y el ser humano de alimento y abrigo.
Así,
un país requiere de un territorio, de elementos comunes como el idioma y la
cultura, de un modo de producción particular, y, finalmente, de recursos
humanos y naturales.
Sin
dichos elementos es imposible que un país exista, que una nación se desarrolle
como tal y que el pueblo que la compone progrese, eleve su bienestar y sea
libre, de ahí la importancia de la defensa, sin tregua y sin concesiones, de
nuestro petróleo, de PEMEX, y aquí el fundamento de nuestra oposición a las
contrarreformas que Peña Nieto pretende hacer a los artículos 27 y 28
constitucionales, porque sin petróleo no hay evolución, ni Revolución.
Correo
electrónico: a_babor@hotmail.com